martes, 29 de abril de 2025

SOEZ COSA ES UN CLAVO (21)

 

XXI

El primer día del año amaneció despejado. Como era habitual, los caballeros y escuderos oyeron misa. Después de tener limpia el alma, fueron a desayunarse. Unos cuencos con leche caliente y una hogaza de pan, para hacer sopas, fueron suficiente para mantenerse hasta la segunda comida. La Regla santiaguista no era muy profusa en cuanto a la alimentación de forma directa. Pero sí indirectamente. Así, regulaba los días en que se podía comer carne (domingos, martes y jueves), dejando los otros para los de pescado o de huevos. Y todos los días de ayuno.

Los caballeros comenzaron a debatir la organización de sus infraestructuras y de la intendencia.

Lo primero que acordaron fue el nombrar albéitar, pues era de importancia el que estuviese alguien al cuidado de los animales, tanto de cabalgadura, tiro y alimentación. Recayó en Rigoberto. Todos consideraron que era la persona idónea, pese a su juventud. Y «le tendría entretenido» —pensó Fajardo.

En esas estaban, cuando fue avisado don Alonso de que tenía una visita. Pidió disculpas al resto y salió del refectorio de su casa, donde estaban reunidos, al recibidor de la misma. Y se llevó una grata sorpresa.

Era Alonso Yáñez Fajardo. Hijo de don Alonso. Había participado con él en sus primeras armas, en 1457 y 1458, siendo un caballero destacado en toda ocasión. Especialmente en la defensa que hicieron de Lorca, aunque a la postre fue perdida.

No llegaba a los treinta años. Llevaba una veste de color dorado viejo con franja verde a la izquierda en el pecho y en la derecha abajo, como las armas de su apellido,

—¡Querido hijo! ¡A mis brazos! —dijo don Alonso, abrazándolo.

          —¡Padre! Me alegra el veros —contestó Yáñez.

          —Pasad, mi buen Alonso. Acomodaos. Id a ver a vuestra madre y, luego, regresad con nosotros. tendréis muchas cosas que contarnos —le dijo don Alonso.

          Mientras Yáñez saludaba a su madre, los caballeros ultimaron las obligaciones de Rigoberto como albéitar. Cuidaría del bienestar de todos los jamelgos, mulos y asnos de la partida. Asimismo, cuidaría del gallinero, de las cabras y de la cochinera, procurando que engordasen, bien para ser sacrificados para la alimentación de la casa, bien para huevos y leche. Haría también las veces de mayordomo, encargándose de la compra de pescado a los marineros lugareños y de frutos y hortalizas a los campesinos. Se le fijó una retribución de doscientos sueldos anuales.

          Regresó don Alonso Yáñez al refectorio, donde estaban los caballeros de consejo. Era importante ir concretando las distintas funciones de todos ellos, pues estaban ante su destino definitivo. Al menos el de don Alonso. Muy lejos en distancia y en modos de la frontera, mas era lo que tenían y habían de admitir.

          —Contadnos, don Alonso Yánez —le inquirió don Diego. Estamos ansiosos.

          —Después de que os marchaseis, las tropas de don Pedro Fajardo entraron en Caravaca y os buscaron, don Alonso, por toda la ciudad. He hicieron mucho daño en la búsqueda. Y cuando se convencieron de que no os hallabais en la ciudad, prometió buscaros en toda la Tierra —contó el hijo de don Alonso.

          —¡Maldito! —exclamó don Alonso. ¿Decís que hizo mucho daño?

          —Lo hizo —contestó su hijo. Ordenó que todas las casas tuvieran las puertas abiertas y se le dejara entrar a las tropas abiertamente. Sin resistencia, entraron en muchas de ellas y la soldadesca mató a cabras y otros animales. A las que estaban cerradas por estar ausentes sus propietarios, las derribaron y entraron destrozando todo lo que había en su interior. Fue una entrada a saco, con autorización indirecta de don Pedro.

          ¡Qué horror! —voceó Arróniz,

          —Nunca en todos mis años de armas vi cosa semejante a como nos cuentas, querido hijo, respecto a la población amparada en las murallas de nuestras villas —dijo Fajardo. Contra los moros y en batalla, no dimos cuartel, aunque sí fuimos clementes. Pero en las villas nuestras…

           —¡Y el rey dándole amparo!  —se lamentó Tudela.

          —El rey está manipulado. Lo tienen engañado y él, además, se deja engañar. ¡Con todo lo que le he dado y nos paga así! —dijo don Alonso.

          Don Pedro —intervino Yáñez— ha prometido haceros guerra a muerte, os halléis donde os halléis.

          —Estaremos seguros al amparo del rey de Aragón, porque el castellano ambiciona Navarra y ello les enfrenta. Por el momento, nada hemos de temer —afirmó Fajardo.

Aunque se sentían seguros, aquellos caballeros tenían la inquietud de que se les terminara la tranquilidad de un día para otro. Aún no habían empezado a residir en Benidorm y ya tenían la espada de Damocles de la persecución de don Pedro Fajardo. Con ella habrían de vivir, si bien nada les aparentaba estar en peligro.

* * *

 

          Rigoberto apenas había visto a Raquel desde que llegaron a Benidorm. Dedicada a los cuidados del náufrago, junto con doña Jimena y él, ocupado en sus menesteres de escudero, ahora ampliados con su reciente designación, no habían tenido un momento para dedicarse. Así que aquella tarde el joven acudió a su casa a buscarla. Intentaría dar un paseo con ella por los alrededores.

 

Cuando llegó, Raquel estaba sentada en el poyo de la entrada, en el atrio. Estaba bellísima. Bajo una crespina, se atisbaba su negro cabello, que enmarcaba a su rostro divino. Un vestido azul encajaba a la camisa, semi abierta a la altura de sus pechos, con unos cordones que estaban sueltos. Un cinturón resaltaba su talle.

Se sentó a su lado. No sabía cómo empezar. Habitualmente, hubiese hablado primero con su padre y, tras recibir su autorización, le habría pedido la mano. Pero, la situación no permitía ese protocolo. Así que debía empezar a preguntarle a ella si quería ser su dama. Él, haría todo lo humanamente posible para que se autorizara su matrimonio.

Rigoberto le comunicó a Raquel que había sido designado albéitar, con doscientos sueldos anuales.

—Es un buen dinero —contestó la joven.

—Sí que lo es y eso me permitirá ir pensando en armarme caballero y en formar una familia… —dijo Rigoberto.

Raquel, al oír esto último, recibió una rampa en su columna vertebral. Como si un rayo le hubiese caído del cielo, se erizó y demudó su semblante. No lo tomó como una indirecta. Consideró que, si Rigoberto buscaba esposa, sería cristiana y ello supondría que se separarían. Le dieron unas irrefrenables ganas de llorar.

—Perdonad, Rigoberto. He de ir a a ver a doña Jimena. Y entró a la casa sollozando en su dolor.

Rigoberto contempló su marcha. Quedó perplejo. Desolado…


domingo, 27 de abril de 2025

SOEZ COSA ES UN CLAVO (20)


 

XX

 Estaban don Alonso y los suyos dispuestos para partir a Polop a ver a don Diego Fajardo, cuando se llegó hasta ellos precipitadamente Tariq.

—¡Ha despertado! ¡El náufrago ha despertado! —gritó el musulmán.

Jadeante, pues venía corriendo desde la casa de Leví, comunicó la noticia a los caballeros.

Trocó don Alonso sus intenciones y fueron a visitar al enfermo recobrado.

La casa de Leví era una vivienda amplia. Una entrada daba acceso a cuatro dormitorios, una amplia cocina y un comedor respetable, con chimenea en el centro de un lateral de la pared. Otra habitación, hacía las veces de consulta del médico. En un costado estaban las caballerizas y en uno de los laterales de ellas, un cañizo permitía el criar gallinas y conejos en aquel lugar. Un poco más allá, aparecía una cochinera. No sería de uso de Leví.

En el cuarto de la derecha, conforme se entraba a la casa, estaba el náufrago. Y había despertado, sí. Pero no recordaba nada. Absolutamente nada.

Lo primero que vio fue el semblante de Jimena. Estaba inclinada sobre su rostro en ese momento, aplicándole una cataplasma. Ella se sorprendió al ver que abría los ojos.

—¡Ah!  —exclamó Jimena, ¡se ha recobrado!  ¡se ha recobrado!

El náufrago no dijo palabra. Tardó unos minutos en reaccionar, ante una situación que no controlaba. No sabía dónde estaba, ni quién era aquella hermosa mujer que, al parecer, le atendía.

Y no hablaba.

Hasta él, se acercaron también Raquel y Leví. Éste le tomó por la muñeca y le controlo los pulsos. Parecía normal. Un poco acelerado, pero normal.

Los caballeros entraron, junto con sus escuderos, a la casa. Don Alonso se adelantó y contempló al náufrago.

—Sed bienvenido —le dijo el santiaguista. Que Dios Nuestro Señor sea alabado por vuestra recuperación.

—Gracias, señor —respondió desde la cama, con un hilo de voz, el náufrago.

—¿Cómo os llamáis? —preguntó don Alonso.

—No lo sé, no lo recuerdo. No recuerdo nada.

—Id más atrás. ¿Recordáis vuestra infancia? —le inquirió el judío.

—No. No consigo saber nada de mi pasado.

—Sin duda es una amnesia retrógrada —afirmó el médico— fruto de algún golpe en la cabeza que se diera con el impacto con la nave. Ha perdido todo vestigio de su pasado. Debe descansar. Quizá se recupere en unos días. No lo sé.

—Dejémoslo sosegar su despertar. Es muy pronto, sin ninguna duda —afirmó don Alonso. Está en buenas manos.

Don Alonso y demás caballeros, marcharon hacia Polop, a poco menos de media legua. A la cabeza, don Diego de Tudela, con el pendón de Fajardo y don Sancho de Cehegín, con el de don Juan de Soto: sobre azur, águila de sable bicéfala. Tras de ellos, Fajardo y Soto, y más a la cola, los demás caballeros, escuderos y las lanzas de escolta de don Juan. Era una comitiva pequeña, mas deslumbrante.

Polop era un castillo rocoso imponente. En doble círculo estaba coronado por la Torre del Homenaje, en la celoquia, que era la residencia del barón de Polop, don Diego Fajardo y Díaz de Mendoza, pariente de don Alonso.

Les esperaba don Diego en la puerta Sur del castillo, a caballo. Al llegar la comitiva, descabalgaron ambos Fajardo y se fundieron en un sincero abrazo.

—Bienvenido seáis, don Alonso —dijo don Diego— y demás caballeros.

—Os damos sinceramente las gracias —respondió don Alonso. Y hacemos preces a Dios Nuestro Señor porque os conserve muchos años.

 Desmontó al tiempo don Juan de Soto, que le rindió pleitesía a don Diego Fajardo, barón de Polop y señor principal de Benidorm. Y entraron todos en la villa.

Después de despojarse de las armaduras ligeras, y quedarse cómodos, los visitantes celebraron una reunión con don Diego.

—He propuesto a Don Alonso como mi lugarteniente en Benidorm y que se encargue de la vigilancia contra los piratas —comunicó don Juan de Soto a don Diego.

—Y habéis aceptado ¿no es cierto? —interrogó don Diego.

—Así es. Creemos que nos servirá de ocupación a la par de ser garantes de la seguridad del lugar —respondió don Alonso.

—Os doy pues mi consentimiento —contestó don Diego. Os deseo mucha suerte en vuestra nueva misión y que Dios Nuestro Señor os de luz y fuerzas para cumplirla.

—He de juramentarme como aragonés y me gustaría hacerlo ante vos, don Diego —dijo don Alonso.

—Muy bien —contestó. Si os parece, dejaremos pasar las fiestas de Pascua y, el primer domingo después de la Epifanía de Nuestro Señor, la celebraremos.

—Bien que me place, don Diego.

Continuaron los nobles planificando la defensa de Benidorm y, a medio día, sirvieron un almuerzo sobrio, propio de Santiago, pero suficiente para mantener la capacidad de esfuerzo y de trabajo y, tras de el mismo, se dio por finalizada la visita de cortesía y la reunión.

Se despidieron cortésmente, regresando a Benidorm unos y, sin pasar por la villa, don Juan de Soto, con su séquito. Se dirigió a Alicante, donde haría noche, camino de Murcia.

Era el último día del año de Nuestro Señor de mil cuatrocientos sesenta y uno.

 

(Continuará...)

SOEZ COSA ES UN CLAVO. AGRADECIMIENTOS.

      AGRADECIMIENTOS  En primer lugar, quiero agradecer a mi buen amigo don José Ribero, la magnífica portada que ha confeccionado para...