XXIV
Estaban don Alonso, don Diego, don Pedro y los escuderos, incluido Rigoberto, reunidos en el refectorio de don Alonso.
Casi todos los días, si no había algo más importante que hacer, después de rezar la hora sexta, se juntaban los caballeros para conversar e intercambiar impresiones. Se les había unido el náufrago. Continuaba sin recordar nada. Así que decidieron darle un nombre provisional, a la espera de que recordase el suyo: Gonzalo.
Había sido vestido como un escudero más, pues sus manos sin callos y sus hechuras y buenas formas, apuntaban que era más un caballero que un marinero o un campesino. Era una intriga el que no recordase nada de su pasado.
Acababan de terminar de estudiar los asuntos del día. Nada especial y sí muy rutinarios. Así que, Rigoberto, preguntó a don Alonso, cómo había sido la batalla de los Alporchones.
El escudero, quería aprovechar para recordar tan magnos hechos y levantar, de paso, la moral de su señor, muy baja, aparentemente.
—¡Fue una grande ocasión! —Exclamó don Pedro Arróniz.
—Sí que lo fue, sí que lo fue —dijo don Diego de Tudela, con los ojos en lontananza, sin mirar a nada.
—Malik ibn al-Abbas, alcaide de Vera (Malique-Alabez entre nosotros) —comenzó a narrar don Alonso— acaudillaba las tropas sarracenas. Nos habían hecho mucho daño, sobre todo en el campo de Cartagena, donde se habían apropiado de cuarenta mil cabezas de ganado y tomaron presas a cuarenta personas, la mayoría de ellas pastores indefensos.
—Los moros granaínos, pasaron por Pulpí y Puerto de los Peines. Entraron en el campo de Cartagena. Arrasaron Corvera, El Escobar, Campo Nubla y Rincón de San Ginés hasta llegar a las cercanías de Pinatar —afirmó Arróniz.
—Y decidieron regresar por el interior, para acortar camino. Y de ello tuve puntual noticia —afirmó don Alonso. Por tanto, convoqué a mis caballeros y a sus huestes de Aledo, Caravaca y Murcia para que se reunieran conmigo en Lorca. Se trataba de tomarles por sorpresa, aguardándolos en lugar propicio.
—Acudieron a la llamada setenta caballeros de Murcia y quinientos peones, siete de a caballo de Aledo, con quince de a pie y, el que más, los doscientos de Caravaca, con mil cuatrocientos de infantería. A los que se añadieron los de Lorca. En total, unos trescientos jinetes y dos mil de a pie.
—Primeramente, estudié la zona por donde vendría el enemigo para que,
confiado, no pudiera esperarnos. Después de recibir la absolución general de los pecados, elegí el apostarnos en la rambla de Viznaga
—prosiguió don Alonso.
—Estábamos ocultos a la vista de los de Granada y ellos fueron avanzando, en orden de marcha, festejando el algarabide conseguido —continuó don Pedro. Y a una señal de don Alonso, comenzó a avanzar en orden de combate nuestro ejército en el contiguo campo de los Alporchones, por el Rincón de Aguaderas. Éramos menos, pero más que suficientes.
—Eran cuatro columnas. Don Alonso, se puso al frente de la hueste, en el centro —contó don Diego. Don Johan Orgile y sus hospitalarios, se situaron en el flanco derecho, con otros caballeros, como los de Murcia, al mando de Diego de Ribera. En el flanco izquierdo, avanzó don Garci-Manrique, su yerno. Don Alonso, iba junto al comendador de Aledo, Alonso de Lisón, alanceando moros a diestro y a siniestro. El factor sorpresa tuvo un éxito inicial.
—Eran mil doscientos de a caballo y más de mil peones. En los primeros minutos, fueron muertos o malheridos más de dos centenares. Pero Malik ibn al-Abbas supo rehacer sus fuerzas y contratacó con bravura, especialmente el flanco del alcaide de Guadix. Flojearon los nuestros, pero el comendador Lisón alanceó al alcaide de Baza, provocando cierta incertidumbre entre los moros, lo que aprovechamos para hacer más bajas al enemigo —narró don Alonso.
—Rehízo de nuevo sus líneas Malique-Alabez y pareció
tomar la iniciativa —se explicó Arróniz.
Garci-Manrique cargó con brío y le siguieron los de Lorca, creándose mucha
confusión. El ruido metálico de lanzas, espadas y alfanjes, junto con el
griterío y las voces lastimeras de los heridos y moribundos, hacían
estremecedor a aquel momento. Los lorquinos Morata, Paredes y Quiñonero resistieron con todas sus fuerzas.
—Entonces —contó don Alonso— vi a Alabez que estaba apartado del combate, estudiando la batalla y cabalgué hacia él lanza en ristre. Le golpeé y tuvo la fortuna de que se rompió la lanza contra su cota de malla, que era de buena hechura. Mas rebotó la pica en el caballo, dejándolo malherido. Ya en el suelo, el caudillo árabe trató de golpearme con su alfanje en la cabeza, lo que pude esquivar bien y, sin darle tiempo a recuperarse, le sujeté por el brazo derecho, retorciéndolo. Vio todo esto don Diego Ribera y alguno más de a pie y lo detuvimos entre todos, sacándolo del campo de batalla.
—El alcaide Abdelbar, intentó tomar el mando, pero cuando vieron que su principal jefe estaba detenido, los moros quebraron su ímpetu y comenzaron a abandonar el campo de batalla despavoridos. Nosotros les perseguimos hasta la Fuente de Pulpí, picándolos y haciéndoles daño —continuó don Diego.
—Hicimos muchos más muertos, heridos y prisioneros en el acoso —ratificó don Alonso. Sólo sobrevivieron unos trescientos de a caballo y un par de cientos de los de a pie. Capturamos a cuatrocientos de los infantes Una gran victoria, sin duda.
Entre los muertos estaban los alcaldes de baza, Vera, Vélez Banco, Vélez Rubio, Almería, Orce, Huéscar, Cúllar y Alabez.
—Fue el día de san Patricio de mil cuatrocientos cincuenta y dos. Un diecisiete de marzo. Para conmemorar tan gloriosa fecha, se le hizo patrón de Murcia al santo irlandés —indicó don Diego de Tudela.
—¿Y cuántas bajas tuvimos? —preguntó Rigoberto.
—Doscientos heridos y cuarenta muertos. Entre ellos, el esposo de doña
Jimena, Suero de Tarragoya —dijo Fajardo. No fue barata nuestra victoria. Pero
todo fuera por el rey don Juan y la Santa Madre Iglesia.
—Y así nos paga el rey Enrique, don Alonso, así nos paga —se lamentó Arróniz.
—Así nos paga, afirmó don Alonso.
Gonzalo, el náufrago, quedó perplejo.
(Continuará...)
¿Quién será el náufrago que parece extrañarse de la narración de don Alonso, estando como está con el conocimiento extraviado?
ResponderEliminarBuena pregunta Conchi. A mí me ha sobrecogido la narración de la batalla inmersa en este capítulo.
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