XXVI
El domingo siguiente a la Epifanía de Nuestro Señor, se había establecido como la fecha de juramento de fidelidad de don Alonso y los demás caballeros y escuderos, a don Juan II, como rey de Aragón.
Sobre las once de la mañana, llegó Don Diego Fajardo y su comitiva, a Benidorm. Encabezaba el pendón de su apellido, con las ortigas, seguido del barón de Polop y resto de los caballeros, donceles y escuderos. Vestía don Diego cota de malla y un jubón dorado con franjas verdes a la izquierda y derecha, abajo y arriba, respectivamente, que eran los colores de su apellido. Capa azul, con bordados de oro.
Aguardaba en la plaza mayor, a las puertas de la iglesia de Santa María, don Alonso con don Diego a su derecha, igualmente, con el pendón de Fajardo. Vestía aquel totalmente de blanco, con la cruz de doble brazo en rojo en el pecho y la cota de malla. Capa blanca santiaguista y espada al cinto, le daban un porte impresionante. Le seguían don Pedro Arróniz y sus escuderos, así como las damas y demás séquito.
No estaban ni Leví, ni su hija Raquel. Su condición de judíos les hacía apátridas de facto. Así que no se veían en la necesidad de adoptar una u otra nacionalidad. Eran vecinos de donde se asentaban. Lo que tenía sus ventajas y sus inconvenientes, claro está. La mayor ventaja, era la movilidad, pues podían desplazarse de un sitio a otro sin otra obligación que la de pagar las juderías y otros impuestos que le correspondiesen. La mayor desventaja, su desamparo, pues no tenían defensa alguna de reyes y señores. Simplemente eran tolerada su presencia en un determinado territorio.
Descabalgaron los caballeros y se saludaron con un abrazo don Alonso y don Diego Fajardo. Les recibió, a la entrada de la iglesia, el párroco, revestido para la Misa Mayor.
Se ubicaron en el templo, a lado del Evangelio, don Diego Fajardo y, en el de la Epístola, don Alonso y su cortejo. En la homilía, el sacerdote hizo alusión a la incorporación al reino de Valencia de los nuevos vecinos. A quienes dio formalmente la bienvenida. Y, una vez finalizada la misa, comenzó la ceremonia de vasallaje.
Se arrodillaron don Alonso, don Diego Tudela y don Pedro, ante don Diego Fajardo, que permaneció sentado. Primero, don Alonso, mostró sus manos unidas, que don Diego Fajardo tomó, como representante real, entre las suyas en señal de aceptación, ayudándole a levantarse, al tiempo que él lo hacía.
—Nos, Alonso Fajardo de Porcel Rodríguez de Avilés Mexía y Pacheco, caballero de la Orden de Santiago, presto homenaje y me hago hombre del rey Juan. Besó las manos de su primo, en señal de acatamiento.
—Nos, en nombre de don Juan, duque de Peñafiel, rey de Navarra, rey de Sicilia rey de Aragón, de Mallorca, de Cerdeña, conde de Barcelona y rey de Valencia, os recibimos y tomamos como su hombre.
—Yo, te seré fiel al rey, con fe recta, sin males artes, como un hombre debe serlo para con su señor, sin engaños a sabiendas y a quien defenderé a él y a sus bienes, poniendo a su disposición mis armas y mis recomendaciones —continuó don Alonso.
—Os recibo y tomo por hombre y os beso vuestras manos en señal de la fidelidad que mostráis —afirmó don Diego al momento del osculum, besando ambas muñecas de don Alonso. Os entrego esta tierra, como símbolo de vuestra investidura y aceptamos vuestro vasallaje
Una vez investido don Alonso vasallo del rey don Juan, continuó idéntica ceremonia, con don Pedro Arróniz y don Diego Tudela.
De todo ello, levantó sucinta acta un escribano, que fue remitida posteriormente al rey.
Después de la ceremonia, don Alonso y los suyos ofrecieron un banquete a don Diego. Fue algo ligero, pero suficiente. Se sacrificaron varios corderos que se elaboraron al horno y se acompañó de frutos secos y dulces de miel y turrones.
Durante la comida, ambos Fajardo estuvieron departiendo sobre la seguridad de Benidorm y qué dispositivos quería llevar a cabo don Alonso, para protegerlo.
—He de reforzar la vigilancia en las torres vigía, para que estén, al menos, tres de guardia en cada una de ellas. Para que puedan dar alerta puntual si fuese necesario. Así los tenía yo en mis tierras de la Cruz y resultó bastante efectivo —afirmó don Alonso. Con dos, como están ahora, no tienen el descanso necesario y eso perjudica a la efectividad de los turnos de guardia.
—Me parece muy bien, don Alonso —replicó don Diego. ¡Necesitáis más fuerza? —preguntó don Diego.
—Haré una leva entre los habitantes de la localidad, para ver quiénes quieren pertenecer a la milicia concejil. Me pondré de acuerdo con el Concejo. Pero con seis hombres me será suficiente —comentó don Alonso.
—De acuerdo. Lo que veáis conveniente. Nadie puede poner en discusión vuestra experiencia y capacidad en las artes de la milicia. Así que si lo creéis conveniente así, que así se haga —replicó don Diego.
—Os tendré al día sobre mis disposiciones en relación la defensa de estas tierras. Mientras esté yo, no triunfará ninguna incursión de moros o de piratas —concluyó el mayor de los Fajardo.
—Tenemos plena confianza en vos, don Alonso. Haced lo que veáis más oportuno. —finalizó de decir don Diego.
Dieron por finalizada la comida y marchó don Diego con su séquito a Polop. Don Alonso y los suyos, ya eran valencianos y, por ende, aragoneses.
Antes de retirarse a sus habitaciones aquella noche, tras el rezo de las completas, don Alonso se dirigió a don Pedro y a don Diego: «estoy muy preocupado por don Hernando. No sabemos nada de él y ha tenido tiempo más que suficiente para llegar a entrevistarse con el Obispo-prior y con el rey».
—Es preocupante, don Alonso —dijo Arróniz. Mas ¿qué podemos hacer?
—Nada por el momento. Aguardaremos unos días y si no tenemos noticias de él, habrá que ir a buscarlo. Buenas noches- Que descanséis.
—Buenas noches. Hasta mañana, respondieron los caballeros.
(Continuará...)
Qué ceremonias y qué ceremoniales más interesantes y emotivos entre aquellos caballeros y el rey. O su representante en este caso.
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