XXXV
Fue don Diego Fajardo quien puso en conocimiento de don Alonso las malas noticias.
Después de todas las tensiones entre los reinos de Aragón y Castilla, parecía que se iba a llegar a una concordia inminente. Y una de las monedas de cambio era don Alonso Fajardo. Debía huir si no quería ser apresado y, con toda seguridad, ajusticiado.
Reunió a sus caballeros y les informó inmediatamente. Partiría hacia Al-Ándalus, donde alguno de sus amigos, que aún conservaba, la darían cobijo. Esta vez partiría únicamente con doña María.
Contrató de nuevo el mismo barco, la San Lucas. Quizá muy grande para tan poco pasaje, pero era segura y su capitán un honrado comerciante.
Lo prepararon todo y, a los dos días,
llegó a la rada la nau. Un esquife alcanzó la orilla de la playa
dispuesto a recoger al matrimonio.
Se despidió primero de Leví y luego, don Alonso, lo hizo de todos sus soldados personalmente, a quienes —como siempre había hecho— conocía por sus nombres. Llegó el turno a los escuderos y, por fin a los caballeros. El Alférez don Diego de Tudela, le entregó el pendón de Fajardo plegado, con lágrimas en los ojos. El último, fue don Gonzalo.
—Os pido bordéis una cruz bermeja de cuatro brazos en el pecho de vuestra túnica. Ya conocéis por qué —le encargó don Alonso. Y tomad este pequeño cofre. Lleva suficientes monedas para que compréis tierras de señorío.
A continuación, se despidió de su hijo, a quien le encargó que condujese a sus sobrinos hasta sus padres, Y, uno a uno, de todos sus nietos, a quienes abrazó después de hacerlo doña María Piñero.
—Cuando regrese Suero con el agua bendecida por la Cruz de Caravaca, os ruego se la administréis a Gonzalo, Ha obrado grandes prodigios en otras ocasiones —le dijo al sacerdote y le pidió su bendición.
Subieron a la barca sus equipajes y, tras ellos, lo hicieron doña María y don Alonso.
—Muchas gracias por todo y por tanto —se despidió don Alonso, de pie en la popa.
Primero fue la barca, alejándose, hasta llegar a la San Lucas. Luego, tanto caballeros como escuderos y soldados, emocionados, aguardaron hasta que se perdieron las velas de la embarcación en el horizonte.
—¡Qué
gran hombre veis partir al que será su último destino! —gritó uno de ellos.
Don Alonso Fajardo “El Bravo”, pasaba a ser conocido como “El Malo”, según los cronicones de la época influenciados por sus enemigos.
(Continuará...)
Vaya, pobre don Alonso. No termina de encontrar destino ni paz.
ResponderEliminar