XXXIV
Unos meses después, llegó la hora de la boda con Raquel.
Hizo venir Rigoberto a su familia desde Caravaca, Había tomado una casa que estaba sin habitar, por el fallecimiento sin descendencia de sus dueños y la había reformado. Era una gran casa, con unas diez habitaciones, con caballerizas y corrales.
Hospedó a su familia en la casa. Don Alonso le había armado caballero sin tierra, pero sus ingresos de albéitar le permitían vivir con cierta holgura.
En primer lugar, había que bautizar a Raquel, para lo que estuvo varios meses preparándose estudiando la doctrina. Se acordó celebrar las dos ceremonias seguidamente. Primero se convertiría y luego, una vez cristianizada, contraería matrimonio.
A Leví y a Tariq, se le permitió asistir a las dos ceremonias y se les situó en un lugar destacado de la epístola.
Entró en el templo Raquel del brazo de don Alonso. Él, vestido con su habitual hábito de Santiago, con la Cruz bermeja, y capa con la Cruz de Santiago a la izquierda. Ella, preciosa. Llevaba un vestido de terciopelo blanco, con adamascados en su pecho, cintura y mangas, que eran abiertas desde el codo, inspirada en una almalafa. Con adornos dorados y galoncillo de igual color en el ribeteado de la falda. Un tocado encintado hasta la barbilla embellecía su rostro y recogía su cabellera morena en su interior.
Los recibió el sacerdote a la puerta del templo.
—Quod nomen accipies? —preguntó el oficiante.
—Raquel —contestó don Alonso.
—Quid ab Ecclesia pro Rachele petis?
—El bautismo.
—Intra Ecclesiam Iesu Christi
Siguieron al sacerdote hasta la capilla del bautismo, sita a la derecha, entrando, del templo. Una ve en ella, el sacerdote entregó una vela a don Alonso, que la encendió prendiéndola con una del cercano altar y continuo la ceremonia.
Realizó las preguntas del ritual. Ungió con el óleo haciendo la señal de la cruz en la frente de Raquel.
—Satanam, eius pompam et actiones abnegas?
—Renuntiamus.
Tomó entonces el isopo el sacerdote y esparció el agua bendita sobre la cabeza y rostro de Raquel, realizando el bautismo por aspersión, para no descomponerle el tocado de novia.
—Ego te baptizo in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti.
—Bienvenida a la Iglesia, Raquel —le dijo el sacerdote. Y comenzó a rezar la letanía de los santos.
—Vade in pace.
Terminado el bautizo, regresaron a la nave central de la iglesia y siguieron al sacerdote hasta la cabeza de la misma, en el Altar Mayor. Ante sendos reclinatorios, aguardaron la llegada de doña María y don Rigoberto, que alcanzaron los sitiales de celebración, Una vez en ellos los cuatro, comenzó la boda.
Se tomaron los votos y se dieron los dichos. Se realizó el sacramento, conforme al ritual más genuino, preguntando el sacerdote si llegaban libres al matrimonio y sin coacciones.
—Domine Rigoberte de Majarazán et Domina Raquel de Caravaca, vultisne vos invicem tamquam maritum et uxorem accipere et promittere vos fideles esse in prosperitate et adversis, in salute et in aegritudine, omnibus diebus vitae vestrae?
Contestaron afirmativamente y recibieron la bendición del oficiante. «Quod Deus coniunxit, homo non separet».
Celebraron luego un gran banquete a la que se sumaron, en el atrio de la casa, los vecinos de Benidorm, que comieron y bebieron a la salud y felicidad de los nuevos cónyuges.
Con el banquete avanzado, llegó un jinete proveniente de Castalla, buscando a Leví. Lo recibió inmediatamente.
—Señor Leví: me manda Gonzalo —se explicó. Doña Jimena se ha puesto de parto y viene de nalgas. La partera no puede ayudar más. Ha pensado que vos podríais ayudar a que pariera.
—¡Vamos! No hay tiempo que perder. Tariq y Leví, fueron a su casa a recoger su cabás y algunas substancias para adormecer, junto con la esponja para administrarlas.
Informó a su hija y a don Alonso de su partida, que llevaron a cabo inmediatamente. Era casi luna llena y podrían ver bien el camino. Estaban a unas ocho leguas. Cambió de caballo el jinete que había dado aviso y salieron a todo galope.
Cuando llegaron a Castalla, accedieron rápidamente a la celoquia, en cuyo interior, junto a las cocinas, estaban los aposentos de Gonzalo y de Jimena.
Al ver Gonzalo a Leví, se fue hacia él llorando a lágrima viva.
—¡Llegáis tarde, Leví! ¡Llegáis tarde! —exclamó Gonzalo roto de dolor— ¡Ha muerto! ¡Han muerto los dos! Y, se abrazó al médico llorando. Al poco, perdió tensión el abrazo y se desvaneció.
Lo pusieron sobre una mesa y lo exploró el médico. Parecía una congestión cerebral. El asunto era grave, pues podía derivar en una apoplejía. Decidió trasladarlo a Benidorm. Podía estar así varios días, incluso semanas. Y él era propenso. Era necesario alimentarlo con líquidos. Así que era la mejor decisión. Organizó una carreta y regresaron. Doña Jimena y su hijo nonato, sería enterrada al día siguiente.
Nada más llegar a Benidorm, don Alonso se interesó por el enfermo.
—Permanece sin conocimiento —explicó Leví. No sabemos cuánto podrá vivir así. Le alimentaremos con líquidos, y que Yahvé obre un milagro.
Haremos traed agua bendecida por contacto con la Cruz de Caravaca. Suero, el hermano de don Gonzalo, se ofreció voluntario para ir a por ella.
(Continuará...)
Ohhh, este capítulo que empieza envuelto en latines y alegría, qué mal termina.
ResponderEliminarCuántas mujeres y niños morían en el parto.