miércoles, 26 de marzo de 2025

SOEZ COSA ES UN CLAVO (6)


 

 

VI

          La Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, poseía Calasparra desde 1289 por donación de Sancho IV, que Dios tenga en su Gloria. La fama de hospitalarios no era sólo un mero adjetivo derivado de su nombre. Daban albergue a todos quienes lo solicitaren, En especial a los muchos peregrinos que se dirigían a Caravaca para postrarse ante la Vera Cruz que, desde las tierras de la Corona de Aragón, tomaban la antigua calzada romana.

          Por ello, junto a la nueva Casa de la Encomienda, habían edificado un hospital de peregrinos, lo que supuso que el castillo, de más difícil acceso, perdiera gran parte de su animada vida de otros tiempos. Prácticamente limitado a cuartel, además del alcaide y su familia, apenas media docena de caballeros mantenían en él su residencia, lo que no era óbice para conservar en su interior las ortodoxa disciplina religiosa y militar.

          Así que, con la aurora, la campana tocó a Primas. Levantados, todos rezaron la hora divina del amanecer dando gracias a Dios por el nuevo día, mientras se dirigían a la capilla a oír misa. Don Alonso y su grupo comulgaron, y se dispusieron a partir de nuevo.

          —Id hasta Archena, caro amigo —le dijo don Johan a don Alonso, mientras tomaban algo de desayuno. Es castillo de vos. Su alcaide, vuestro fiel caballero Pedro de Arróniz, os dará cobijo. Y también es de nos, de esta encomienda conforme a lo concordado. Comunicaré vuestra llegada para que os den albergue. El Hospital, pese a las órdenes recibidas de su majestad, se ha mantenido neutral en vuestras cuitas con vuestro primo, una vez firmado el pacto por Archena con el concejo de Murcia y así continuará. No temáis.

         —Gracias, hermano —contestó Fajardo, emocionado, mientras se fundieron en un abrazo en el que el hábito blanco de Santiago y el negro de San Juan, formó una imagen inolvidable. Ambos sabían que, casi con toda probabilidad, no volverían a verse en este Mundo.

          Se alejaron del castillo de San Juan siguiendo la ribera derecha del río Segura, de la que pronto se separaron para impedir ser advertidos por los centinelas de las torres vigía de la red del castillo de Cieza, yendo más de quince millas romanas hacia la sierra de Ricote y de ésta, ocultos entre el bosque, regresaron de nuevo a la margen del río hasta llegar a Archena.

          Don Alonso alimentaba su espíritu con las vistas de aquellos parajes que sabía seguro era la última vez que contemplaría. Apreció de lejos la silueta del castillo ricoteño y su albacara, con su sugestiva torre del homenaje, en la que se abría como una boca la puerta que daba acceso al mismo. Recordó sus estancias en las que aprehendió a su comendador, que retuvo detenido en Caravaca por insurrecto. ¡Cuánto había cambiado la situación en tan poco período de tiempo! —exclamó para sí.

          Avanzaban entre meditaciones y rezos cuando, teniendo a la vista el castillo de Archena, cuatro soldados de a caballo se les acercaron.

          —¡Ave María! Bienvenidos seáis, mi señor don Alonso y compaña —dijo el jefe de la patrulla. El alcaide ha conocido vuestra llegada por recado desde Calasparra y nos ha ordenado recibiros y dar escolta hasta el castillo.

          ¡Llena es de Gracia! —respondió Fajardo. Miró a sus dos compañeros expresando su extrañeza por aquella escolta innecesaria e improcedente. Para un guerrero de su experiencia, le pareció un gesto sospechoso. Sin embargo, no era posible el plantear resistencia, así que accedieron a ser escoltados, con la sensación, eso sí, de que eran más apresados que protegidos. Afortunadamente, estaban equivocados. Realmente, aquel castillo era el último reducto de don Alonso.

          Archena había sido conquistada por don Alonso en el año de nuestro señor de 1452. Si bien mantuvo, por avenencia, compartir con la Orden de San Juan su administración, de tal modo que Arróniz administraba la villa y el Hospital los labrantíos y huertos. Repartiendo pechos y diezmos por igual.

          A la misma puerta de la fortaleza, don Pedro de Arróniz aguardaba a don Alonso, ante el que se postró cuando descabalgó.

          —¡Mi señor! —Exclamó Arróniz, con los ojos humedecidos, al besar sus manos.

         —Mi dilecto amigo Pedro. Alzaos. No sois menos que nos, para así recibirme —contestó Fajardo, tomándole por los codos.

          —¡Gracias, mi señor!  Os ruego paséis a vuestras posesiones, haciéndome honor...

          Tras la albacara, el castillo de Archena tenía una segunda muralla y, en su interior, la celoquia albergaba las viviendas y dependencias militares.

          Los muleros y escuderos condujeron hasta las caballerizas a los brutos y los caballeros fueron acomodados en agradables celdas. Aprovechando las calientes aguas que manan en una ladera, uno de los edificios sobre lo que habían sido unas termas romanas, servía de balneario. Don Alonso y sus dos escoltas, tomaron un reparador baño. Cambiando sus mudas.

          A Rigoberto, que también tomó un buen baño, le fue facilitada ropa más adecuada a su nueva condición, con la veste y la capa santiaguista. «Si me viese mi buena madre» —se dijo orgulloso.

          Cenaron frugalmente algo de pan y queso y, tras completar los padrenuestros que les faltaban para llegar a los veintitrés que les exigía rezar diariamente la regla de la Orden, se dispusieron a dormir.

          Bien entrada la noche, don Pedro despertó a don Alonso. Mi señor: ha llegado un mensaje colombino desde Calasparra. Se nos da aviso que muchos hombres de a caballo han partido de Caravaca y, sin duda, se dirigen hacia aquí. Aunque podemos encastillarnos y resistir, creo que lo mejor es partir cuanto antes.

          —Lleváis razón, marcharemos inmediatamente.

          —Y nos irá con vos a donde vayáis. Uní mi suerte a la de vuesa merced, y así será hasta que Dios Nuestro Señor me llame a su presencia —le dijo don Pedro a don Alonso.

          —¡Vamos! ¡No perdamos tiempo!

          En poco más de una hora, caballeros, escuderos, y muleros con sus acémilas, estaban preparados para partir.

         Don Pedro de Arróniz, quien designó como alcaide al caballero sanjuanista más antiguo del castillo, se hizo acompañar por las dieciocho lanzas de que se componía la guarnición, camuflados con toda su impedimenta. Y, por su esposa, doña Leonor y sus hijos, tres varones y dos mujeres, acomodados en dos literas de caballerías.

         La comitiva era numerosa y ello obligaba a una marcha lenta. Una vez alejados lo suficiente de la fortaleza archenera, don Alonso llamó a don Pedro, que se situó a su altura. 

           —Sin duda, cuando la hueste del villano de mi primo compruebe que no estamos en la fortaleza de Archena, procederá a buscarnos y, al ritmo que vamos, será fácil que nos alcancen.

          —Estimo que vuestra esposa e hijos deben continuar a su paso, con la escolta de las lanzas. Y, nos y vos, ir más rápidos para llegar, cuanto antes, al reino de Valencia. Vuestra familia no será molestada, pues no la buscan y, al ver su comitiva, no la molestarán. Les aguardaremos en Orihuela.

           Así lo acordaron y así lo pusieron en práctica. Don Alonso y los suyos, fueron ganando distancia respecto a los lanceros, que se encaminaron hacia Molina para tomar el mejor camino, mientras que aquellos tomaron hacia Abanilla, que era de Calatrava, para llegarse hasta los dominios de la Corona de Aragón por la Matanza.

          Tal como había previsto don Alonso, la fuerza militar de don Pedro Fajardo alcanzó unas horas después a la caravana de doña Leonor. Al llegar a su altura, los jefes de ambas formaciones militares se saludaron.

          —¡Ave María!

          —¡Llena es de Gracia! contestó el jefe de las lanzas.

          —¿Adónde os dirigís?

          —A Molina dando escolta a la familia del alcaide. ¿Qué queréis? De este modo, contestaba inteligentemente, diciendo la verdad, pero no revelando la identidad exacta, por lo que el interrogador supuso que era del alcaide de Molina, y no otro. No se preocupó de más. Saludó respetuosamente a la dama, que difuminó su rostro con un velo de tul.

          ¿Habéis visto a hombres de a caballo?

          Hace horas que nos adelantaron, siguiendo el camino.

          —¿Eran de Santiago?

          —Su hábito llevaban. Nada nos dijeron salvo el desearnos quedar con Dios.

         —¡Son ellos, seguro! —exclamó el capitán de los perseguidores. Son fugitivos del rey. Os quedamos muy agradecidos. Que Dios os guarde y que tengáis buen viaje. Y ordenó a la formación continuar al galope.

          Serían más de veinte. Lo importante es que la estrategia de don Alonso, una vez más, había funcionado. 

 

(Continuará...)

3 comentarios:

  1. Juana de Maya Espín.

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  2. Emotiva despedida, quizás definitiva de esta tierra. Emotivo el reencuentro. La trama sigue cada vez más intriga, más preguntas para el lector. Inteligentes estrategias incluso de Doña Leonor...seguimos disfrutando capítulo a capítulo de la pluma del escritor G.Piñero. Esperamos el VII con ansia.

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  3. Qué interesante conocer noveladamente los avatares de aquellos caballeros.

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SOEZ COSA ES UN CLAVO. BIBLIOGRAFÍA.

  BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA   "El tener y guardar esta fortaleza de Lorca e las torres Alfonsí y del Espolón para el servicio del r...