jueves, 27 de marzo de 2025

SOEZ COSA ES UN CLAVO (7)


VII

          La comitiva fue avistada por la guardia de la fortaleza, a más de una legua de distancia. El que el alférez don Diego llevase desplegado y bien manifiesto el pendón de Fajardo, apoyada su asta en la cuja de la silla, le daba más visibilidad si cabe que, por lo demás, no pretendían dificultar. Desde que, atravesada la llanura de La Matanza, se aseguraron de estar en tierras valencianas, el disimulo que hasta entonces habían procurado mantener, no era ya menester. Antes bien, buscaban el ser vistos para que no pudieran recaer sospechas sobre sus buenas intenciones.

           En este campo se han librado cruentas batallas. Tantas, que el rey don Jaime el Conquistador, cuando preguntó por su nombre, quedó perturbado al conocerlo —dijo don Lope a Rigoberto, cuando lo cruzaban en dirección a Orihuela. Y dicen los del lugar que, en las noches sin luna, las almas de los desdichados sarracenos que murieron a ferro sin abrazar la verdadera confesión de nuestro Señor Jesucristo vagan por ella suplicando la paz del descanso eterno, con gemidos aterradores y refulgidos infernales.

          A Rigoberto le dio un escalofrío aquel comentario. Mas, no se arredró. Era valiente y tenía el firme propósito de que nada le turbara en la vida.

          Conforme se aproximaban a la ciudad, vieron venir desde ella a una formación de hombres de a caballo. Sin duda, iban a su encuentro.

          Se adelantó don Pedro de Arróniz a su cruce.

          ¡Ave María! —gritó Arróniz, al llegar a su altura.

          —¡Llena es de Gracia! —le contestaron. ¿Quiénes sois?

          —¡Santiago! Y mi señor Fajardo “El Bravo”.

          —Os esperan en la ciudad, os hemos venido a escoltar en el último tramo del camino.

          Aguardaron a que llegara el resto del grupo. El que mandaba la fuerza, se dirigió a don Alonso y, respetuosamente se puso a sus órdenes. La comitiva se encaminó hacia la ciudad, a la que accedieron por la puerta del Bonell, dejando a su derecha la de San Agustín, para cruzar sobre el río Segura y, precedidos por el estandarte de los Fajardo, pasaron la primera cerca de la albacara.

          Entraron en la ciudad por la puerta de la Puente, donde la guardia estaba formada y presentó armas en alarde de revista a don Alonso quien, cabalgado, les saludó respetuosa y marcialmente. En la inmediata replaceta, estaba el señor vicario del obispo y otras autoridades y, un poco más allá, la esposa de don Alonso, doña María Piñero, rodeada de varios de sus nietos. Al verla, don Alonso se sintió aliviado por su aparente buen estado.

          Desmontó don Alonso. Los demás caballeros y todo el séquito también lo hicieron, salvo don Diego que continuó, en posición altiva en su caballo, portando el guion de las hojas de ortigas de los fajardos.

          Avanzó el Gobernador, quien tomó por los brazos a don Alonso, en señal pública de amistad y bienvenida, y le presentó a los miembros de su Consell. A continuación, fue el delegado episcopal quien le saludó ofreciéndole el anillo, que besó ceremoniosamente, encabezando al numeroso clero de la localidad. Por último, pudo saludar a su querida esposa, a su hija y a sus nietecillos.  Doña María, se inclinó ante su esposo, quien la tomó por las manos y alzó, besándola en la frente. Aun a su edad y pluríparta, conservaba bien sus hechuras femeninas, que resaltaba un bello vestido de color carmesí de corte renacentista a la genovesa, ribeteado en oro. Los retoños, pese a sus cortas edades, mantuvieron su posición en fila de mayor a menor, a los que don Alonso besó en las mejillas, acachándose a sus alturas a unos o alzándolos hasta su cara. También aguardaba la esposa de don Lope, a la sazón dama de compañía de doña María Piñero y sus hijos.

          Después de los saludos, ya más relajados, se encaminaron hacia la Iglesia de Santiago, recientemente sacramentada y abierta al culto, donde el delegado episcopal ofició la santa misa, junto con los demás curas y los freires ordenados de Santiago.

          Fueron luego hasta el palacio colegial, donde se ofreció un reconstituyente desayuno, mientras se daba alojamiento a la milicia que los acompañaba.

Don Joan Rodríguez, Batle de Orihuela, había dispuesto algunas casas para acoger en el último círculo de los siete en los que, en torno y hasta la cima del cerro de San Miguel, se erigía la fortaleza oriolana, tanto a Doña María y sus nietos, como a los ilustres visitantes que iba a acoger la ciudad, en la zona palaciega en y entre las cuatro grandes torres que componían el alcázar superior, dentro de la celoquia.

Don Alonso ordenó a Rigoberto que cogiese la impedimenta y le acompañase hasta los aposentos asignados a Doña María. Viviría en ellos también. Una vez en la sala principal, “El Bravo”, se rindió al abrazo de su esposa, a la que tuvo que apartar dulcemente pues a su contacto notó como se recobraba el vigor viril y, conforme a la regla de la Orden de Santiago, los caballeros no podían tener contacto carnal con sus esposas en los tiempos de Adviento en los que se encontraban. María, lo comprendió y también se reprimió el deseo.

Tomó, eso sí, un largo baño caliente y por fin pudo relajarse. Sin duda —se dijo para sí— he sido recibido con honores inmerecidos. Siempre estaré agradecido a estas buenas gentes, de tan grata hospitalidad.

Doña María ordenó lavar las ropas de su marido, mugrientas por su exposición al camino realizado, y le cedió un jubón limpio, de estar por casa. Un buen fuego alimentaba la chimenea de aquel salón en el que reinaba un agradable ambiente. Se sentó a la mesa central.

¡Rigoberto! —llamó don Alonso a su escudero— ¡traed el recado de escribir!

Al poco el joven estaba sentado y dispuesto a escribir lo que su señor le dictara.

«En el año de Nuestro Señor de mil y cuatrocientos y sesenta y uno, festividad de Santa Lucía de Siracusa, virgen y mártir» —Comenzó don Alonso a dictarle.

«Señor don Enrique IV. Mi rey y señor. Administrador de la Real Orden de Caballería de Santiago:

Con toda humildad y resignación, os ruego en mérito a mis servicios al reino, que perdonéis a todos los caballeros y hueste que me han acompañado y guarnecido hasta la fecha del día siete próximo pasado, festividad de San Ambrosio, en la que abandoné las villas de la Cruz que os administraba a vos y a Santiago. Ninguno de ellos pudo haceros ofensa alguna pues, por estar a mi servicio, creían estar al de vos y obrar con fidelidad para vos y el bien de vuestros reinos.

También, os ruego clemencia y total indulgencia para don Hernando de Espinosa, don Diego Tudela y don Pedro Arróniz, pues en todo de haber cargo de responsabilidad, ha de entenderse a mí concerniente por único.

Gracias por vuestra generosidad. Dios os guarde.»

          Y prosiguió dictando una nueva carta, con igual fecha, dirigida al Obispo-prior de Santiago en Uclés, por la que, asimismo, pedía que fuesen exonerados todos los hermanos de la Orden que estuvieron a su servicio, «…pues han sido fieles a la Regla y a la militia ordinem a mi cargo.»

          A continuación, después de repasar los escritos, los firmó, signó con la cruz de doble brazo, rubricó, lacró y selló ceremoniosamente con el anillo con sus armas nobiliarias.

          Hizo llegar a don Lope de Espinosa, a quien encargó llevar a tan altos destinatarios sus despachos.

           —Mi buen Lope, portadlos y entregadlos con máximo sigilo al Obispo-prior de la Orden en Uclés y al rey Enrique, averiguando donde para. En ellas solicito que no se os tenga en responsabilidad alguna a todos los que me habéis servido fielmente durante tantos años, pues sólo es cosa mía lo sucedido. Y, os licencio de estar a mi servicio y os libero para que hagáis cuanto os plazca.

—Sólo deseo continuar a vuestras órdenes hasta que Dios nos llame a su Juicio, don Alonso.

—Si así lo deseáis, una vez cumplida la misión que os encargo, regresad aquí, donde se os dará razón de mi paradero, de haberme ausentado. 

Porque los planes de “El Bravo” eran los de instalarse en Benidorm al amparo de su fiel amigo don Juan de Soto. Y para tal fin volvió a dictar una última carta, de igual fecha a las anteriores. Esta vez dirigida al rey de Aragón, don Juan II.

 

(Continuará...)


 

4 comentarios:

  1. Juana De Maya Espín De Maya Espin28 de marzo de 2025, 14:17

    Qué bien relata el autor, la vida de Alonso "El Bravo" y otros, de aquí para allá defendiendo en esos años (que fueron siglos), a los caballeros y militares que lucharon contra los moros para recuperar la tierra de los Reinos cristianos hasta la unificación por los Reyes Católicos en el primer intento de "España". Y ya sólo falta que el Rey te persiga, para que el sosiego no lo halle D.Alonso. Por fin, llegan sanos y salvos y se encuentra hoy entre "amigos" y el emotivo reencuentro con su esposa Doña María Piñero, como nuestro autor D.Gregorio Piñero, apellido de largo abolengo. ¡Cuándo estas esposas y esposos podían encontrarse con la vida que llevaban los esposos! Y para más sacrificio, respetar la Ley de la Orden , en este caso de Santiago. En el que necesitan el cariño, el Amor conyugal, la ternura, las caricias...y tienen aún que esperar al tiempo ordinario cristiano. Qué entrañable el encuentro con los "nietecillos", difícil sobrevivir hasta ser adultos, y cuando lo son, su destino es la guerra, y conviven con la muerte de los hijos, nietos, padres, madres, parturientas,... tantos avatares que superar...y ambos esposos son dichosos de vivir y ver a sus nietos nacer y crecer. En los últimos dos capítulos aparecen con relevancia Doña Leonor, Doña María y la dama de compañía de esta, cuyo esposo también forma parte del círculo más íntimo de D.Alonso. ¿Qué efecto tendrán las tres misivas? Hacia dónde se podrà encaminar D.Alonso? ¿Logrará retirarse en Benidorm? Espero saber si el Rey es magnánimo con D.Alonso y con los que le han sido fieles.

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  2. "pues a su contacto notó como se recobraba el vigor viril"... Y recordando cabalgaduras de otra índole, ya echadas en falta desde hacía tiempo, digo yo.
    Gracias, Gregorio, por tu impecable narración, que nos traslada a aquellos oscuros tiempos, en los cuales, tú, echas la luz justa que los desvela. Gran personaje, este señor y gran precisión la tuya, sabiendo conjugar tantos lugares, sucesos, detalles, etc. Una novela muy interesante.

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  3. Suscribo el comentario del lector anterior.

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  4. Tu texto me hace visitareogle de vez en cuando. Pero no me importa. Me encanta la riqueza de vocabulario que embellece mucho el texto.

    En otro orden de cosas, yo me pregunto:
    Pasados muchos, muchos años, las guerras de ahora llegarán a ser noveladas y a conseguir ese toque literario?
    Al final esos hechos que narras pertenecen a guerras muy cruentas y q duraron siglos.

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SOEZ COSA ES UN CLAVO. BIBLIOGRAFÍA.

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