jueves, 3 de abril de 2025

SOEZ COSA ES UN CLAVO (10)


 

X

Al llegar a su casa le expuso a su hija sus planes para con Tariq a quien, en un principio, no le pareció muy oportuno.

—Es un delincuente que intentó atentar contra mi honra, querido padre —le dijo Raquel. No merece más que el que se le haga justicia. Pero si usted cree que es lo mejor, yo obedeceré siempre vuestros deseos.

He visto en sus ojos el arrepentimiento y la súplica de clemencia. Es casi un niño. Y creo que podré enseñarle mis artes y ciencias, y hacer de él un buen médico —comentó Leví.

Sin embargo, a los pocos días de ser detenidos, una delegación crevillentina reclamó para su jurisdicción a los presos para ser juzgados por el crimen de la muerte dada a uno de sus vecinos.

          Aquello complicaba —y mucho— las pretensiones del médico. Los conflictos jurisdiccionales eran frecuentes en el orden criminal, pues los justicias locales no cedían en sus derechos a juzgar en nombre del rey a aquellos que hubiesen cometido un delito en su partido y, comúnmente se admitía que tenía mejor derecho a juzgar el del lugar donde se hubiese cometido el primer delito, declinando sólo en caso de que el segundo hubiese sido más grave, y tuviese mayor probabilidad de que fuese sentenciado a pena de muerte el enjuiciado.

Era el rey quien debía resolver estos conflictos, como ya había sucedido en ocasiones previas. Especialmente sonado fue el enfrentamiento entre el gobernador de Orihuela y el alcaide de Novelda, don Pere de Maça, quien se negó a entregar a unos musulmanes acusados de haber dado muerte a unos y secuestrar a otros en la huerta de Orihuela, alegando tener el mero y mixto imperio sobre el lugar noveldense, del que eran vecinos los moros plagiarios. Hechos de tal gravedad, que aún perduraban en la memoria colectiva, pese el haber transcurrido más de cincuenta años.

En la práctica, al cabo juzgaba el que estaba en posesión del preso y, según los casos, tras el juicio se le daba traslado al lugar que le reclamaba por otros crímenes.

          Iba Leví a comentarle a don Alonso sus intenciones para con el mozalbete del moro apresado, cuando oyó el sonido de una campanilla y, al doblar una esquina, apareció el Viático, con cruz procesional que, sin duda, se dirigía a dar la extremaunción a algún enfermo agónico. A su paso, los vecinos se arrodillaban respetuosamente. Leví, sólo inclinó la cabeza, como hacía igualmente en Caravaca en tales casos. Impetuosamente decidió seguir a la comitiva, para poder examinar al enfermo e intentar sanarlo si le era posible. Portaba su bolso de cinto con los instrumentos de reconocimiento y primeras curas, que había llevado a la cárcel, así que no lo dudó.

          Aguardó en el zaguán de la entrada a que el Viático abandonara la casa, a cuyo paso volvió a inclinar la cabeza mientras todos los demás, incluidos dos musulmanes del servicio doméstico de la casa, se arrodillaron.

          Se identificó como médico y entró en el cuarto donde yacía el enfermo en una lujosa cama con amplio dosel. Era una habitación poco iluminada, que debía haber permanecido cerrada, sin ventilar, durante varios días, pues se percibía en ella cierto ambiente fétido e insano.

          Puso el médico su mano sobre la frente del paciente. Se trataba de un joven de unos veinte años, Padecía fiebres desde hacía unos tres días y su respiración era jadeante y tenía delirios. Los signos de vómitos y deposiciones diarreicas eran evidentes. También se apreciaba que había sido sometido a una sangría, prescrita por algún dentista. Sin duda el de muy grave era su diagnóstico.

          Leví ordenó abrir de par en par el ventanal de la habitación, para ventilarla.  Retiró la ropa de abrigo que cubría al enfermo y mandó traer agua fría y paños, que fue aplicando empapados en la frente y pecho del joven. Preguntó si tenían hierbabuena en aquella casa y le contestaron afirmativamente. Pidió ir hasta las cocinas, donde se hizo de un mortero, en el que machacó unas hojas de menta y mezcló con esencia de romero que llevaba en uno de los frascos de su bolso de cinturón, y preparó un ungüento con las gotas de sebo de una vela que encendió para derretirlo con la combustión.

          Aplicó Leví el ungüento en pecho, espalda y unas pizcas en las ventanas de su nariz. El paciente comenzó a mejorar rápidamente. Descendió su temperatura corporal y comenzó a respirar con menor dificultad. Permaneció el medico un par de horas junto al enfermo, controlando su evolución, durante las que le aplicó un par de veces más el potingue que había elaborado y le hizo beber un tónico que portaba en un frasco. Es un digestivo —explicó. Todo indica que este joven tiene una intoxicación alimenticia. Mientras, varias mujeres rezaban arrodilladas.

          A su parecer, el joven estaba ya fuera de peligro. Ordenó cerrar el ventanal y dio instrucciones de cuándo debería volver a ser tapado. Permanecería en la cama un par de días y, en cuanto fuese posible, debería tomar cerveza para hidratarle. No se fiaba del todo el médico de la salubridad del agua de la casa, por lo que también mandó que se arrojaran a las tinajas y al aljibe de la casa piedras de cal viva.

          Al salir de la estancia, le aguardaba un hombre, ya anciano. que le saludó y agradeció los cuidados que había tenido para con su único hijo varón y el menor de toda su prole, que la constituían cuatro hijas más. Se trataba de Don Jaime Ibáñez de Ruidoms, señor de Jacarilla y notable oriolano.

          —Si salváis la vida de mi hijo Guillem, os ruego me solicitéis lo que necesitéis, que haré todo lo posible para proveerlo. Mi agradecimiento será eterno.

          —Nada debéisme, señor —le contestó el médico. Ni siquiera mis haberes, pues vine sin ser avisado.

          —Eso no lo permitiré —dijo con tozudez el anciano caballero. Tomad estos dineros. Los tenéis bien merecidos por vuestros servicios. El que hayáis atendido a mi hijo en su enfermedad en estos días en que la ciudad carece de médico, por haber fallecido hace tres meses uno de los dos que tenemos y el otro estar fuera por menesteres de su arte, ha sido providencial. Al igual que vuestra llegada a la localidad.

          Gracias señor. Sois muy amable —contestó el judío. Dios os guarde.

          Recogió las monedas en el bolsín y, en cuanto traspasó el portón de la calle, fue detenido por una patrulla de varios soldados.

 

(Continuará...)

 

1 comentario:

  1. A cada paso recibimos lecciones de Historia, geografía, de nuestra lengua en el S.XV, usos y costumbres, jurisdisprufencia...un gusto para los lectores, seguir capítulo a capítulo. En estos últimos y más en este, se nos presenta al médico judío y su generosidad q ejerce su "Sabiduría" a aquellos que pueden incluso salvar la vida, por vocación y sin distinción en la religión que profesan. Nos dejas el autor en suspense...apresan al médico. Sólo la lectura del próximo capítulo nos desvelará lo que él autor Gregorio Piñero, lo que le depara al médico judío, Leví. Por cierto, que si hija reclama "Justicia" ante el intento de los malechores de violarla, lo que me parece muy real, en la psicología de los personajes. Muy bien abordado todo.

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