XIII
La antigua fortaleza cátara de Morella era también inexpugnable. Tras las primeras murallas estaba el palacio del gobernador y en el tercer y último anillo, la celoquia y la Torre del Homenaje, de tres plantas.
El gran Don Juan, duque de Peñafiel, rey de Navarra, de Sicilia, de Aragón, de Mallorca, de Valencia, de Cerdeña y Conde de Barcelona, se hallaba esos días en Morella, desde donde contemplaba la difícil situación en Barcelona en particular y en Cataluña en general. Estaba prácticamente ciego de cataratas. La defunción de su hijo Carlos de Viana en septiembre, no despejó la situación conflictiva en la que se hallaba la Corona desde la Capitulación de Villafranca del pasado veintiuno de junio, pues por ella la oligarquía catalana prohibió al rey entrar en Cataluña sin permiso de la Diputación del General y, asimismo, el príncipe Carlos se convirtió en su lugarteniente detentando todo el poder ejecutivo.
Pero, al fallecer Carlos y corresponderle la primogenitura a Fernando, con tan solo nueve años, su madre, la reina Juana Enríquez, tuvo que ejercer la lugartenencia como tudriu de su hijo menor. Y en Barcelona se encontraban ambos desde el veintiuno de noviembre, Desde su llegada, la tensión entre las autoridades catalanas, dominada por la Biga, y la reina, iba in crescendo, estando don Juan muy preocupado.
Además, las noticias apuntaban a una abierta rebelión que, probablemente, desembocara en una guerra civil.
Así que, asistido del dominico fray Leoncio, que era hombre de su confianza, a la par que los ojos del monarca en su ceguera, atendió por unos minutos al correo de Orihuela. Entre los despachos, estaba la carta que le había remitido don Alonso.
—«Al rey de Navarra, Aragón, Valencia, etcétera, etcétera» —comenzó a leer el mendicante.
—«A vuestros pies me postro, mi señor, como muestra de mi vasallaje para con vos —continuó.
Estoy en vuestros reinos, en los que pido cobijo, huyendo de las traiciones de mi primo Pedro Fajardo quien, junto con mi tía Doña María de Quesada y del Marqués de Villena, han enlodado la mente del rey Enrique, acusándome falsamente de las mayores vilezas, incluso de traición a un reino al que solo supe dar, al igual que me mis ancestros, castillos y tierras para su mayor grandeza.
Hoy, he de suplicaros que me admitáis en vuestras tierras y como uno de vuestros más humildes vasallos, y me deis licencia, junto a mi familia y deudos, para instalarme en Benidorm, a los amparos de mi gran compañero don Juan de Soto, bajo la jurisdicción directa del Barón de Polop, mi primo don Diego Fajardo, por lo que os estaré siempre agradecido y a vuestro fiel servicio.»
—No son buenas vuestras actuales relaciones con el rey don Enrique, de quien sospecho quiere hacernos guerra y aspira a Navarra y a Cataluña, aprovechando la situación actual —le dijo el fraile asesor al rey. Así que, estimo, el dar asilo a don Alonso, no va a ser causa de más empeoramiento de la situación. Será un rehén pues, en el peor de los ambientes, si lo viese vuesa majestad acertado, podríase cancelar la licencia de asilo, so pretexto y muestra de vuestra buena voluntad para con Castilla, de modo que en nada se pierde con acogerle en tierras valencianas y, sin duda, aumentará el prestigio de vuesa majestad el que “El Bravo”, sea vuestro vasallo.
Mientras el fraile hablaba, condujo al rey hasta la chimenea central del gran Salón del Trono del palacio del Gobernador donde, por la dificultad que le suponía su ceguera, se alojaba, renunciando a la Torre del Homenaje que, por su altísima dignidad, le correspondía. A uno de los lados del amplio hogar, en un escritorio, un escribano estaba dispuesto a transcribir cuanto le dictaran. Dos guardias custodiaban la puerta que permanecía cerrada.
—Os he de dar la razón, fray Leoncio. En nada puede hacernos mal el dar acogida a Don Alonso Fajardo en nuestros reinos —dijo el rey. Otorguemos esa licencia dispensada de arbitrio alguno, veamos el resto de las comunicaciones oriolanas y regresemos a analizar la situación en Cataluña.
Dictó fray Leoncio —con las correcciones e intercalados que interpuso el rey Juan— la autorización a don Alonso y a cuantas personas designara, para residir en el reino valenciano, acogiéndolo como súbdito. Y despachó remitirla al gobernador de Orihuela, junto con el resto de los asuntos remitidos.
Al salir del palacio del gobernador, el correo se dirigió al cuerpo de guardia para descansar un rato, comería algo y tomaría alguna vitualla para el viaje de regreso, con lo despachado por su majestad. Al cruzar la puerta, la ventisca golpeó fuertemente su rostro, humedeciéndolo la nieve que, copiosamente, traían las ráfagas.
Entró al edificio de la guardia, saludó a la concurrencia y se acercó a un amplio brasero que se encontraba en el centro de la estancia principal. Bebió con agrado un tazón que le ofrecieron, con un reconstituyente caldo del puchero del que le serviría al cocinero para cocinar el rancho del día.
Como era usual para con los enlaces de postas, en la cocina se les preparaban refrigerios para el viaje de regreso.
Esa mañana habían llegado cuatro correos y, en tanto los confeccionaban, se sentaban junto al brasero para entrar en calor. Porfirio de Catral reconoció a uno de los otros tres.
Era, sin duda alguna, el burgalés Nuño de La Bureba, al que conocía de hacía muchos años y que tenía fama de espía. En realdad, todos los correos reales lo eran de uno u otro modo y con más o menos voluntad pues, como resultado de los múltiples trasiegos y desplazamientos que llevaban a cabo por su oficio, tenían a su alcance el observar privilegiadamente, sin levantar sospecha alguna, asuntos relevantes que iban desde el movimiento de tropas hasta los más tratados en los mentideros de cortes y gobernadores, como rumores sobre convenios matrimoniales, embarazos de damas distinguidas (y no tan distinguidas), querellas y devaneos de la realeza, del alto clero y de los nobles y, en fin, de todo aquello que pudiere servir para la política de unos reinos como los ibéricos, siempre a la pendencia entre ellos. Era toda información valiosa para llegar a la extorsión, si fuese necesario, amenazando con relevar secretos inconfesables.
Trató Porfirio de pasar desapercibido, evitando que lo reconociese. No tenía buena fama. Incluso se le había reprochado que había marcado a algún correo, para luego ser asaltado. Lo que era práctica por desgracia frecuente: se asaltaba a un correo en lugar propicio y se les sustraían los despachos, para información del enemigo. Se contaba que, en algunas ocasiones, se había llegado a echar en bebidas y comidas sustancias como la belladona, para adormecer al jinete postal y leer sus despachos, sin que se sospechase que habían sido abiertos.
Pero sus esfuerzos fueron vanos porque, cuando se marchaba, el castellano le saludó.
—Buen camino os de Dios —le dijo al tiempo que se interponía a su paso alargándole la mano. Me alegro de ver que estáis bien, Han pasado muchos años sin encontrarnos.
Nuño y Porfirio se conocieron unos diez años atrás, con el inicio de los enfrentamientos por la sucesión del reino de Navarra que, a la muerte de la reina Blanca I, se produjeron entre don Juan, apoyado por los agramonteses, y su hijo el príncipe Carlos de Viana, defendido por los beaumonteses. Con la reciente defunción del príncipe heredero, la situación bélica se había desvanecido por ese motivo, aunque en la Corona de Aragón, las disputas estaban ahora centradas en Cataluña.
—Bien os guarde —respondió Porfirio, ¿Sigue vuesa merced al servicio de Castilla?
Eran de semejante edad, Poco más de treinta años. Y de no muy diferente fisionomía. Enjutos y fuertes. Propios de grandes jinetes como eran los dos.
—Así es. Continúo de cartero real de don Enrique, desde el fallecimiento de su padre don Juan II de Castilla —le replicó Nuño. ¿Y vos a Aragón?
—En mi tierra del reino de Valencia he sentado plaza —contestó el catralense— con mujer y un hijo.
—Más que plaza, paréceme que habéis sentado vuestra cabeza —añadió con sorna el castellano. Lejos quedan los tiempos de nuestras correrías juveniles. Aunque sigo aficionado al naipe. ¿Y vos?
Se refería el de La Bureba a una ocasión de la que Porfirio se sentía avergonzado, por considerarla impropia de la dignidad que, como carteros reales, debían defender.
Al poco de haberse conocido, en una noche de juerga tabernaria en una tablajería de Sos, adonde habían llegado como correos por estar allí la reina Juana Enríquez, se concertaron para desplumar a dos paisanos, arrieros de Tudela, trampeando la gresca, un juego de naipes que se había difundido en Aragón desde que, por la invención de la imprenta, las barajas se hicieron muy populares dada la facilidad de su elaboración.
Engañaron a los ingenuos navarros, poco duchos en ese juego, considerado tan vil que fue prohibida su práctica por el rey, al tenerse por propio de fulleros y tahúres ficantes, verdaderos profesionales de las flores, que era como los tramposos llamaban en su jerga a los engaños que hacían con las descuadernadas,
—No es ocasión de buen recuerdo a la que, sin duda, os referís. Impropia de nos y de vos —afirmó Porfirio.
—Pues bien que os divertisteis con los dineros obtenidos en aquel lance, que os pasasteis toda la noche en el burdel con Teresa de Cuenca, moza de muy buen ver y de mejor palpar —le dijo burlonamente el castellano.
—Aquello lo considero un grave pecado de juventud, del que me arrepiento y mucho. He de dejaros —continuó el correo aragonés. Quedad y seguid con Dios. Me quedan varias leguas hasta la próxima posta y anochece pronto. ¡Y con esta ventisca!
—Me ha alegrado mucho el saludaros. Id con Dios y cuidaos mucho —Se despidió Nuño.
Porfirio montó en su caballo y partió hacia la posta de Peñíscola, a unas cuatro leguas, donde pasaría la noche, No pudo llegar: descendiendo una pendiente al más veloz galope que daba su cabalgadura, cerca de Sant Mateu y a la entrada de un puente, el camino estaba cortado por un gran árbol que, caído, impedía el paso. Espoleó a su caballo para intentar saltar el obstáculo, pero el bruto renunció y frenó en seco. El jinete voló por encima de la cabeza del equino, golpeándose la cara contra la acitara del puente y quedó inconsciente en el suelo.
(Continuará...)
Entran nuevos personajes, nuevas tramas. Ya tendré que coger una hojita e ir tomando nota de ellos.
ResponderEliminarPues sí. Hay que ir haciendo notas de tales personajes ya que son nombres poco habituales hoy en día que cuesta recordarlos.
ResponderEliminarEn cambio me encantan las localizaciones que nos son tan familiares. Hoy, la villa de Catral. 👍👍