sábado, 3 de mayo de 2025

SOEZ COSA ES UN CLAVO (22)

 

XXII

Nuño había llegado a Catral el día de la Natividad de Nuestro Señor.

Fue hasta la casa de la familia de Porfirio. El padre continuaba haciendo trabajos con el esparto a la puerta de la casa. Impávido. Como si no hubiese pasado nada.

—¡Hola! —dijo Nuño. Buenos días nos de Dios.

—Buenos días os de, porque para nos no puede ser bueno, aunque lo quiera —contestó el anciano.

—Quisiera ver a vuestra nuera, si es posible —le dijo Nuño.

—La llamaré —respondió el suegro.

Y se introdujo en la vivienda. Al poco salió acompañado de Margarita, que así se llamaba. Llevaba el velo de viuda y le acompañaba un niño, de unos cuatro años, agarrada a ella por una pierna.

—Señora, lamento mucho lo que le sucedió a su marido —comenzó Nuño a hablar.  Era amigo mío desde hacía años. Poco antes de morir, me contó que estaba casado con vos y que tenía un hijo —mientras miraba al muchacho.

—Soy cartero real de Castilla, nacido en la comarca de la Bureda, en León. He estado reflexionando mucho al respecto y, en memoria de Porfirio, os propongo que, transcurrido un año desde su fallecimiento, como exigen las normas de la Santa Madre Iglesia, contraigáis matrimonio conmigo.

Margarita quedó perpleja. ¿Quién era aquel joven que le prometía en matrimonio, en su tan reciente viudez?

Mientras transcurre el año, yo os ayudaré con mi hacienda que, aunque limitada, nos será suficiente para los cuatro —desviando su mirada hacia el padre de Porfirio, que permanecía asombrado contemplando la escena.

La mayoría de las viudas, estaban condenadas a la miseria. O se dedicaban a la prostitución. Sólo un segundo matrimonio (mal visto por la Iglesia) podían salvar la precaria situación económica en que solían encontrarse. Y los hijos, se veían inmersos en la pobreza y en la mendicidad.

 Tuvo que pensar rápidamente. No le amaba. Ni siquiera había tenido tiempo para fijarse en él, ante la sorpresa que le causó la triste noticia de su viudez. Pero, la realidad era muy dura. Y el futuro se teñía de negro.

Respiró Margarita, miró a los ojos de Nuño y le dio las gracias por todo. Se llenaron sus ojos de lágrimas, tanto por pensar en Porfirio, como en la esplendidez de Nuño. No conocía los lazos de amistad que tenían, pero sin duda era lo suficientemente fuertes para que decidiera darle nuevo marido.

Así que, miró a los redondos y grandes ojos de su hijo. Contempló a su suegro, limitado en movimientos. Volvió a remirar a Nuño y le dijo que sí.

—No prometo amarle porque, en estos momentos, no puedo ni bien pensar —le dijo Margarita. Mas, vuestra oferta es muy generosa y os doy palabra de que os respetaré.

—Me alegra mucho oíros —le respondió Nuño. El roce hace al amor. Yo lucharé porque me améis. Comprendo que aún no es el momento. Ya lo será.

Nuño, pasó la Navidad con ellos. Después de agradecer a Dios los alimentos que iban a ingerir, tomaron una humilde comida consistente en un puchero con productos de invierno de la huerta: espinacas, acelgas y apio, con coliflor. Fue el plato único y principal.  

Terminada la comida y llegada la tarde, le entregó treinta maravedíes a Margarita. «Son las arras por nuestro matrimonio. Os ruego que las aceptéis».

Era una importante cantidad para tal menester. Habitualmente era diez maravedíes para las mujeres rurales y veinte para las villanas.

Tomó las monedas la viuda y se le volvieron a humedecer los ojos. Inclinó la cabeza y mostró su rostro más dulce. Estaba realmente bella. Nuño, se convenció de que no se había equivocado en la elección: daba amparo a la mujer de su amigo y haría todo lo posible porque llegase a quererle.

—Solo una cosa más: probablemente, tengamos que ir a vivir a Castilla, porque estaremos más cerca del lugar donde prestar mis servicios como cartero real. Aunque lo debiéramos ver más adelante —dijo Nuño.

El anciano, murmuró algo relativo a dejar su patria. No se le veía muy conforme con esa decisión. Mas tuvo la prudencia de callar y no se inició conversación alguna al respecto. Al fin y al cabo, sólo podía estar agradecido.

Disimuladamente habían celebrado sus esponsales.

Pidió permiso para retirarse. Había de dormir en la posta más cercana, que era Callosa de Segura y no quería llegar muy tarde. No podía dormir en casa de la viuda, pues lo prohibía expresamente la Santa Madre Iglesia, así que marcharía a esa posta cercana y pasaría la noche.

* * *

Don Hernando de Espinosa había cabalgado todo el día hasta que, en la sierra de Elda, pasó la noche oculto en una de sus cuevas. Apenas había tomado alimentos. Agua, eso sí, no le faltó, pues llevaba lleno su calabazo.  

Con su habilidad especial para localizar lugares de refugio, encontró, alejada del camino, una gruta que permitía bien camuflarse tanto a él como a su caballo. Con unas ramas enmascaró la puerta y se dispuso a pasar la noche. Hizo una pequeña fogata, para calentarse. La noche era fría y amenazaba lluvia.

Estaba casi adormecido. Tras tomar un poco de queso y de cecina, y mientras rezaba sus oraciones de la noche, oyó unos murmullos del exterior. Apagó inmediatamente la fogata, arrojando tierra y se dispuso a oír mejor. No lo buscaban, luego no debían ser hombres de armas que le persiguieran.

Pronto averiguó que eran valencianos, pues hablaban su parla. Al poco, supo que eran unos arrieros que procedían de Alcoy y se dirigían a Orihuela. Portaban aceite, lana y vino. Parecían gente de paz. Pero mejor no hacerse ver. Llevaba los correos de don Alonso y eran muy importantes. Así que pasaría la noche en vela, si fuese necesario.

Miró entre las ramas que emboscaban la entrada de la cueva y comprobó que eran tres hombres. Dos de mediana edad y un mozalbete de unos catorce años. No parecía peligrosos, pero nunca se podía saber con certeza. Estaban acampando a unos veinte metros, lo que hacía imposible poder salir sin ser visto.

Si se quedaba dentro de la gruta, un movimiento descontrolado o un relincho del caballo, podría delatarlo. Consideró hacer una salida por sorpresa. Cogerlos desprevenidos era la mejor solución. Y si eran hombre de bien, pasar junto a ellos la noche. Por el contrario, si eran unos rufianes, dar buena cuenta de ellos.

          Recompuso su armadura ligera. Bajó el yelmo y fue, lentamente, hasta la boca de aquel abrigo. Los arrieros estaban cenando, descuidados, en torno a una hoguera. Calculó el ángulo más beneficioso para su ataque por sorpresa y no ser descubierto. Eligió su primera presa, sobre la que ejercería toda la presión y, aprovechando la oscuridad, se aproximó lentamente hasta que, a una vara de distancia, extendió su mandoble hacia el cuello de unos de ellos.

          —¡No os mováis o lo mato! —exclamó Espinosa.

          Los arrieros quedaron perplejos. El de mediana edad, sintió el frío del filo de la hoja del mandoble junto a su cuello. Dio un pequeño respingo, pero permaneció sentado, sin moverse.

          Los otros dos, el mayor y el más joven, se echaron instintivamente hacia atrás.

          —¡No ens feu dany! Us donarem tot el que vulgueu, ¡però no fer-nos mal! —exclamó sintiendo el corte de la espada en su cuello.

          —¿Quiénes sois? —preguntó don Hernando.

          Gent de bé, senyor. Gent de bé. No mes.

Espinosa retiró la espada del cuello del arriero y, aunque continuó sosteniéndola, disminuyó ligeramente su actitud agresiva.

—Perdonad mi actitud —dijo Espinosa. Mas la experiencia me exige ser muy cauto con los desconocidos.

—Os Perdonamos, pero comprended que nos habéis dado un susto de muerte. Nunca mejor dicho —replicó en castellano, con acento valenciano, el mayor de los arrieros.

          —¡Mare de Déu! —exclamó, como desahogo, el más joven de los adultos.

          Explicó don Hernando, sin muchos detalles, que se dirigía a Elda, pero le cayó la noche y se resguardó en esa cueva cercana, que señaló indicándola, alargando el brazo, aunque la oscuridad de la noche y el enmascaramiento a que la había sometido no permitía el verla.

          —Pues no os recomendamos el ir a Elda, señor. La morería está algo soliviantada y es peligroso el llegarse. Sería preferible, por el momento, que fueseis a Villena, pues está mucho más tranquila —afirmó el arriero.

          És molt millor, molt millor —dijo el de manos edad de los tres, aún aterrado, tratándose de conciliarse con el caballero.

          Os agradezco el consejo. Así haré —afirmó el caballero. Aunque —pensó— quizá fuese mejor que me llegase hasta Almansa y ganar más tiempo.

          —Dispongámonos a pasar la noche. Yo haré la primera guardia, si no tenéis inconveniente —dijo uno de ellos.

          —Os acompañaré —afirmó el caballero. Al menos hasta que me venza el sueño.

          Pasaron la noche, hasta que le tocó el turno de guardia a don Hernando. Había conciliado unas horas de sueño, una vez que se cercioró de que tenía buena gente por compañía.

          A la mañana siguiente, tomaron algo de desayuno, después de las oraciones de la mañana. Y se despidieron.

          —Buen viaje tengáis, caballero —le dijo a Espinosa uno de ellos.

          Bon viatge —cumplimentaron los otros dos.

          —Id con Dios —se despidió don Hernando.

 

(Continuará...)

2 comentarios:

  1. Está novela es rica en Historia, en usos y costumbres de la época, en las "lenguas" que se hablaban en la península, y como seguían los cristianos todas las oraciones y rezos exigidos por Santa Madre Iglesia. Nobleza la que el corazón del escritor nos hace ver a través de Porfirio, ya que muy cierto que hasta bino hace tantos siglos, una mujer viuda, o sola (sin un hombre que la protegiese, fuera padre, esposo, hermano...tenía mucho peligro porque no la respetaban, ni protegían. Gracias que este capítulo nos tranquiliza respecto al porvenir del abuelo, del niño y de la joven viuda.

    ResponderEliminar
  2. Aún conociendo el ascendiente que la "Santa madre iglesia" gozaba en aquella época ( y en otras) , no deja de sorprenderme ese meter las narices en las camas ajenas.
    Ya lo cantaría Jarcha muchos, muchos años después. "Pero yo solo he visto gente muy obediente hasta en la cama..."

    ResponderEliminar

SOEZ COSA ES UN CLAVO. BIBLIOGRAFÍA.

  BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA   "El tener y guardar esta fortaleza de Lorca e las torres Alfonsí y del Espolón para el servicio del r...